La película que vivimos en Medellín empezó de ficción, siguió de suspenso y se volvió de terror.
En este momento de la vida no quisiera salir de la casa, pero me toca por cosas de trabajo. Cada vez que salgo vuelvo aterrado. Somos olímpicos, esperamos enterrar a alguien cercano para pararle bolas a la peste y entender la situación. Y no se trata de enfermarnos o no, se trata de no seguir propagando la desolación. Hemos oído más de un caso de varios muertos en la misma familia. A la final, no se sabe qué va a doler más, la tristeza o el remordimiento.
No estamos incitando al pánico, el pánico ya superó la sensatez, al menos de los seres humanos responsables con la vida, no la suya, la de los demás.
Pero cada vez que salgo, me asusta la cantidad de gente en las calles, en grupos sin tapabocas, como si la cosa no fuera con ellos, me impresiona mucho más la ausencia de la autoridad. Montones de negocios donde no se exige la cédula. Un toque de queda que no lo parece, como si fuera para unos pocos. Ni un retén, ni un control, policías en motos por zonas llenas de gente sin tapabocas como si nada.
El alcalde antes triunfalista y celebrando y cantando victoria, ya no maneja la situación – a propósito, ¿Alguien sabe dónde está el señor Quintero? – y se esconde detrás de las medidas del gobernador encargado y por lo demás no le importa hacerlas cumplir. Estamos como en un barco en aguas turbulentas a punto de naufragar y sin capitán.
¿Será que va a tocar como antes que al que cogían en la calle se lo llevaban a dormir a la Plaza de Toros o lo ponían a prestar servicio militar obligatorio? De nada sirven tantos decretos sin mecanismos para controlar. Vamos para largo, cayendo a un mar profundo sin la menor esperanza.
La ciudad está triste, navegando sin capitán. Quintero nos decepcionó. Volvieron los mariachis a las calles y las familias implorando ayuda. Muchos siguen creyendo que esto no es con ellos, hasta que les toca hacer filas en urgencias. Ya que al señor Quintero no le importamos los ciudadanos, ni ha hecho una sola campaña de prevención y autocuidado mientras entre mentira y mentira sigue levantando sus cortinas de humo, el camino que nos queda es el mismo: Cuidarnos y más cuidarnos, un cuidado por la vida.